miércoles, 27 de abril de 2011

Devocional diario

Abril 27
El Pan Cotidiano Asegurado
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Mateo 6:11.

Como el niño, usted recibirá diariamente lo que se requiera para suplir las necesidades de ese día. Cada día debe orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No se sienta perturbado si no tiene suficiente para mañana. Usted posee la seguridad de su promesa: “Tú habitarás en la tierra y ciertamente serás alimentado”. David dijo: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” Salmos 37:25.
Aquel Dios que envió a los cuervos para que alimentaran a Elías en el arroyo de Querit, no se olvidará de ninguno de sus hijos fieles y sacrificados. De la persona que camina en justicia se escribe: “Se le dará su pan, y sus aguas serán seguras” Isaías 33:16. “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados” Salmos 37:19. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Romanos 8:32.
El que alivió los cuidados de su madre viuda y ayudó a sostener el hogar de Nazaret, simpatiza con cada madre que lucha para proveerles alimento a sus hijos. El que tuvo compasión de la multitud porque desfallecían y estaban esparcidos, todavía siente compasión por el pobre sufriente. Su mano se extiende sobre ellos para bendecirlos y en la misma oración que les dio a los discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres.
La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna. Nos dice Jesús: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” Juan 6:27. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” vers. 51. Nuestro Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan que desciende del cielo.
Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestras almas para las necesidades del día.
Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida

domingo, 27 de marzo de 2011

Confiar en Dios es ponernos en sus manos

Confiar en Dios es ponernos en sus manos
La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: “Yo estoy listo Señor, confío en Ti”

Desde mi punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar.
Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.

Estamos en Cuaresma, vamos a Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual?

Mientras yo no sea capaz de soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me diga: “¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar plenamente en mí”. Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: “Ahora suéltate a Mí”; una y otra vez, una y otra vez.

Éste es el camino de Dios sobre todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos conscientes de lo duro y difícil que es.

¿Qué tan lejos está nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él.

Nuestro Señor nos enseña el camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor?

Hagamos que la Eucaristía en nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias, estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que esperan de Él?

Pidámosle a Jesucristo hacer de esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.

San José

19 de marzo, día de San José

19 de marzo, conmemoramos a San JOSÉ, Esposo de la Virgen María.
SAN JOSÉ nació probablemente en Belén, la ciudad de David, del que era descendiente, aunque al inicio de la historia de los Evangelios San José vivía en Nazaret.
San José desempeñó un papel esencial en el plan reconciliador de Dios, al encomendársele el privilegio y la gran responsabilidad de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y el custodio de la Sagrada Familia. Es el santo más próximo a la Virgen María y a Jesús.
De acuerdo con los Evangelios de San Marcos y de San Mateo, que son las escasas fuentes que lo mencionan, San José ejercía el oficio de carpintero, y así es como ha pasado a la tradición.
Cuando se realizó un censo de población en la antigua Palestina, José acudió a Belén con su esposa María, que estaba encinta. Ahí nace el Niño Jesús, y ahí recibe San José, como cabeza de la familia, a los humildes pastores y a los magnánimos reyes magos.
La persecución desatada por el rey Herodes obliga a la Sagrada Familia a huir a Egipto. En todo momento, los testimonios nos muestran a San José siempre a la altura de la sagrada misión que Dios le asignó.
Pío IX lo declaró Patrono Universal de la Iglesia en 1870, y Juan XXIII incluyó su nombre en la celebración de la misa. San José es el santo patrono de los carpinteros y de los padres de familia.
SAN JOSÉ nos enseña a aceptar con gusto las más altas responsabilidades que Dios nos encomienda.

martes, 15 de marzo de 2011

Modestia

Modestia, el cofre del alma
Esta virtud puede ayudarnos a saber dónde buscar las auténticas riquezas del espíritu.
Autor: Laureano López, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



En la historia han existido pocos grandes literatos que han logrado comprender tan profundamente al ser humano. Uno de ellos es William Shakespeare.

En su obra “El mercader de Venecia” presenta con gran acierto una de las virtudes más importantes para nuestros días, la modestia.

La rica heredera de la obra, a la muerte de su padre, ha quedado destinada a casarse con aquel que elija correctamente entre los 3 cofres que ha sellado su padre, es la “lotería de su destino”. Existen 3 cofres, uno de oro, uno de plata y uno de plomo.

En el cofre de oro se encuentra la leyenda: “quien me escoja, ganará lo que muchos desean”. ¿Qué encontró en el cofre? Una calavera. Es posible que muchos hombres y mujeres prometan “el oro y el moro” por su forma de vestir o desvestir. El deseo de ostentación, el lujo extremo o la falta de pudor al vestir son muestras de inmodestia. Se podrá ganar rápidamente la fama, el reconocimiento, la atracción sensible, pero al final de cuentas, será como un fuego de artificio.

Quien desea siempre mostrarlo todo o el que se deja arrastrar por lo que contempla en el exterior de las personas, se queda en la superficie del cofre. Al abrirlo y llegar al interior, donde se esconde el alma, se da cuenta de que no existe la virtud que es el tesoro más grande. Quien elige sólo por lo exterior se dará cuenta muchas veces que “no es oro todo lo que reluce”.

En el cofre de plata se podía leer lo siguiente: “quien me escoja ganará tanto como se merece”. ¿Qué encontró en el cofre? Alguien que se burlaba de él. Esta sentencia se puede aplicar a la modestia en el juicio o en la forma de hablar. Así como siete veces fue probado en el fuego la plata, así siete veces será probado el juicio del hombre. La persona que juzga temerariamente o que no mide sus palabras se encontrará muchas veces en problemas y dificultades.

El hombre debe esforzarse por ser modesto en el hablar: discreto en sus palabras y sin mostrar arrogancia. Quien practica esta virtud, busca evitar todo lo que sea el chisme o la superficialidad en sus palabras. Sabe hablar, guardar silencio y evitar la curiosidad malsana en su vida ordinaria.

El cofre de plomo mostraba la siguiente frase: “quien me escoja debe aventurar todo lo que tiene”. La modestia y la decencia en las acciones son formas de arriesgarse y de apostar por la virtud. Por lo tanto, el que las vive no siente ni muestra una elevada opinión de sí mismo, por ello se puede decir que la modestia protege el misterio de las personas y de su amor.

El protagonista de la obra al ver los cofres elige el de plomo y dice: “amenazas más de lo que prometes, por eso te escojo”. Al abrirlo encuentra que ha sido el afortunado. ¿Qué encontró dentro del cofre? La foto de la rica heredera. Esto ha sido porque en su corazón siempre había pensado así: “hay en Belmont una rica heredera; es bella y más bella aún de lo que esta palabra expresa, por sus maravillosas virtudes”. Tanto él como ella fueron felices por esta elección.

De manera sencilla podemos concluir que la modestia nos enseña a ser ponderados en nuestras acciones exteriores (forma de vestir, de hablar, de conducirnos), así como en las interiores (presunciones, excesiva estima, dureza de juicio). Por ello, esta virtud puede ayudarnos a saber dónde buscar las auténticas riquezas del espíritu.

La modestia es el cofre del alma y el guardián celoso de la virtud. “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).


¡Vence el mal con el bien!

miércoles, 23 de febrero de 2011

Purificación de la Virgen María



María presenta a su Hijo
Esta fiesta debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad.
Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net

EvangelioLectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos:luz para iluminar a las naciones paganasy gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.


El 2 de Febero celebramos una fiesta muy hermosa: la purificación de María y la presentación del Niño en el templo. En esta fiesta se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión de Cristo. Ni María necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios. Ojalá aprendamos en este día estos dos aspectos tan bellos: la humildad y el sentido de la consagración, como ofrecimiento permanente a Dios ... Humildad que es actitud filial en manos de Dios, reconocimiento de nuestra pequeñez y miseria. Humildad que es mansedumbre en nuestras relaciones con el prójimo, que es servicialidad, que es desprendimiento propio.

María, como Cristo, quiso cumplir hasta la última tilde de la ley; por eso se acerca al templo para cumplir con todos las obligaciones que exigía la ley a la mujer que había dado a luz su primogénito.

Este misterio, como los demás de la vida de Cristo, entraña un significado salvífico y espiritual.

Desde los primeros siglos, la Iglesia ha enseñado que en el ofrecimiento de Cristo en el templo también estaba incluido el ofrecimiento de María. En esta fiesta de la purificación de María se confirma de nuevo su sí incondicional dado en la Anunciación: “fiat” y la aceptación del querer de Dios, así como la participación a la obra redentora de su hijo. Se puede, pues, afirmar que María ofreciendo al Hijo, se ofrece también a sí misma.

María hace este ofrecimiento con el mismo Espíritu de humildad con el que había prometido a Dios, desde el primer momento, cumplir su voluntad: “he aquí la esclava el Señor”.

Aunque la Iglesia, al recoger este ejemplo de María, lo refiere fundamentalmente a la donación de las almas consagradas, sin embargo, tiene también su aplicación para todo cristiano. El cristiano es, por el bautismo, un consagrado, un ofrecido a Dios. “Sois linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa” (1Pe 2, 9). Más aún, la presencia de Dios por la gracia nos convierte en templos de la Trinidad: pertenecemos a Dios.

La festividad debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad: somos creaturas de Dios y nuestra santificación depende de la perfección con que cumplamos su santa voluntad. (Cfr 1Ts 4, 3).

Conforme al mandato de la ley y a la narración del evangelio, pasados cuarenta días del nacimiento de Jesús, el Señor es presentado en el templo por sus padres. Están presentes en el templo una virgen y una madre, pero no de cualquier criatura, sino de Dios. Se presenta a un niño, lo establecido por la ley, pero no para purificarlo de una culpa, sino para anunciar abiertamente el misterio.

Todos los fieles saben que la madre del Redentor desde su nacimiento no había contraído mancha alguna por la que debiera de purificarse. No había concebido de modo carnal, sino de forma virginal....

El evangelista, al narrarnos el hecho, presenta a la Virgen como Madre obediente a la ley. Era comprensible y no nos debe de maravillar que la madre observara la ley, porque su hijo había venido no para abolir la ley, sino darle cumplimiento. Ella sabía muy bien cómo lo había engendrado y cómo lo había dado a luz y quien era el que lo había engendrado. Pero, observando la ley común, esperó el día de la purificación y así ocultó la dignidad del hijo.

¿Quién crees, oh Madre, que pueda describir tu particular sujeción? ¿Quién podrá describir tus sentimientos? Por una parte, contemplas a un niño pequeño que tu has engendrado y por otra descubres la inmensidad de Dios. Por una parte, contemplamos una criatura, por otra al Creador. (Ambrosio Autperto, siglo VIII, homilía en la purificación de Santa María).
¡Oh tú, Virgen María, que has subido al cielo y has entrado en lo más profundo del templo divino! Dígnate bendecir, oh Madre de Dios, toda la tierra. Concédenos, por tu intercesión un tiempo que sea saludable y pacífico y tranquilidad a tu Iglesia; concédenos pureza y firmeza en la fe; aparta a nuestros enemigos y protege a todo el pueblo cristiano. Amén. (Teodoro Estudita, siglo VIII)

MeditaciónLa presentación de Jesucristo toca el timbre de nuestra conciencia al recordarnos lo importante que es presentarnos, ofrecernos a Dios. Este presentarse adquiere diversos matices: primero, la donación que hacemos de nosotros mismos a Dios al escucharle, al dejar que cada día vaya plasmando su obra en nuestra vida. Cada alma en particular fue creada con un fin, con una misión concreta dentro del plan providente de Dios, y Dios quiere hablar y manifestarse en el mundo, pero necesita voluntarios. Significa además la entrega que hacemos a todos los que vamos encontrando en nuestro camino. ¡Cuánto puede ayudar una sonrisa! Basta un gesto, una actitud. Por último, dicha presentación asegura, firma un pacto, cuyo cumplimiento tendrá lugar en el momento de nuestro abrazo definitivo con Dios, cuando cansados de nuestro peregrinar por esta tierra, le podamos decir a Dios: ¡Valió la pena apostar por ti!

Diálogo con CristoQué paz me da, Señor el ejemplo de tu Madre al ofrecerte a Dios, como el acto de cualquier mamá que ofrece a Dios el fruto de su amor a Dios en cada alumbramiento. Que el día cuando me presente a ti, pueda a mi vez presentarte otras muchas almas, ganadas para ti con horas de oración y sacrificio. Hazme comprender que cada acto de donación es una invitación a los hombres a creer en ti.