domingo, 27 de marzo de 2011

Confiar en Dios es ponernos en sus manos

Confiar en Dios es ponernos en sus manos
La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: “Yo estoy listo Señor, confío en Ti”

Desde mi punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar.
Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.

Estamos en Cuaresma, vamos a Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual?

Mientras yo no sea capaz de soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me diga: “¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar plenamente en mí”. Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: “Ahora suéltate a Mí”; una y otra vez, una y otra vez.

Éste es el camino de Dios sobre todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos conscientes de lo duro y difícil que es.

¿Qué tan lejos está nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él.

Nuestro Señor nos enseña el camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor?

Hagamos que la Eucaristía en nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias, estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que esperan de Él?

Pidámosle a Jesucristo hacer de esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.

San José

19 de marzo, día de San José

19 de marzo, conmemoramos a San JOSÉ, Esposo de la Virgen María.
SAN JOSÉ nació probablemente en Belén, la ciudad de David, del que era descendiente, aunque al inicio de la historia de los Evangelios San José vivía en Nazaret.
San José desempeñó un papel esencial en el plan reconciliador de Dios, al encomendársele el privilegio y la gran responsabilidad de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y el custodio de la Sagrada Familia. Es el santo más próximo a la Virgen María y a Jesús.
De acuerdo con los Evangelios de San Marcos y de San Mateo, que son las escasas fuentes que lo mencionan, San José ejercía el oficio de carpintero, y así es como ha pasado a la tradición.
Cuando se realizó un censo de población en la antigua Palestina, José acudió a Belén con su esposa María, que estaba encinta. Ahí nace el Niño Jesús, y ahí recibe San José, como cabeza de la familia, a los humildes pastores y a los magnánimos reyes magos.
La persecución desatada por el rey Herodes obliga a la Sagrada Familia a huir a Egipto. En todo momento, los testimonios nos muestran a San José siempre a la altura de la sagrada misión que Dios le asignó.
Pío IX lo declaró Patrono Universal de la Iglesia en 1870, y Juan XXIII incluyó su nombre en la celebración de la misa. San José es el santo patrono de los carpinteros y de los padres de familia.
SAN JOSÉ nos enseña a aceptar con gusto las más altas responsabilidades que Dios nos encomienda.

martes, 15 de marzo de 2011

Modestia

Modestia, el cofre del alma
Esta virtud puede ayudarnos a saber dónde buscar las auténticas riquezas del espíritu.
Autor: Laureano López, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



En la historia han existido pocos grandes literatos que han logrado comprender tan profundamente al ser humano. Uno de ellos es William Shakespeare.

En su obra “El mercader de Venecia” presenta con gran acierto una de las virtudes más importantes para nuestros días, la modestia.

La rica heredera de la obra, a la muerte de su padre, ha quedado destinada a casarse con aquel que elija correctamente entre los 3 cofres que ha sellado su padre, es la “lotería de su destino”. Existen 3 cofres, uno de oro, uno de plata y uno de plomo.

En el cofre de oro se encuentra la leyenda: “quien me escoja, ganará lo que muchos desean”. ¿Qué encontró en el cofre? Una calavera. Es posible que muchos hombres y mujeres prometan “el oro y el moro” por su forma de vestir o desvestir. El deseo de ostentación, el lujo extremo o la falta de pudor al vestir son muestras de inmodestia. Se podrá ganar rápidamente la fama, el reconocimiento, la atracción sensible, pero al final de cuentas, será como un fuego de artificio.

Quien desea siempre mostrarlo todo o el que se deja arrastrar por lo que contempla en el exterior de las personas, se queda en la superficie del cofre. Al abrirlo y llegar al interior, donde se esconde el alma, se da cuenta de que no existe la virtud que es el tesoro más grande. Quien elige sólo por lo exterior se dará cuenta muchas veces que “no es oro todo lo que reluce”.

En el cofre de plata se podía leer lo siguiente: “quien me escoja ganará tanto como se merece”. ¿Qué encontró en el cofre? Alguien que se burlaba de él. Esta sentencia se puede aplicar a la modestia en el juicio o en la forma de hablar. Así como siete veces fue probado en el fuego la plata, así siete veces será probado el juicio del hombre. La persona que juzga temerariamente o que no mide sus palabras se encontrará muchas veces en problemas y dificultades.

El hombre debe esforzarse por ser modesto en el hablar: discreto en sus palabras y sin mostrar arrogancia. Quien practica esta virtud, busca evitar todo lo que sea el chisme o la superficialidad en sus palabras. Sabe hablar, guardar silencio y evitar la curiosidad malsana en su vida ordinaria.

El cofre de plomo mostraba la siguiente frase: “quien me escoja debe aventurar todo lo que tiene”. La modestia y la decencia en las acciones son formas de arriesgarse y de apostar por la virtud. Por lo tanto, el que las vive no siente ni muestra una elevada opinión de sí mismo, por ello se puede decir que la modestia protege el misterio de las personas y de su amor.

El protagonista de la obra al ver los cofres elige el de plomo y dice: “amenazas más de lo que prometes, por eso te escojo”. Al abrirlo encuentra que ha sido el afortunado. ¿Qué encontró dentro del cofre? La foto de la rica heredera. Esto ha sido porque en su corazón siempre había pensado así: “hay en Belmont una rica heredera; es bella y más bella aún de lo que esta palabra expresa, por sus maravillosas virtudes”. Tanto él como ella fueron felices por esta elección.

De manera sencilla podemos concluir que la modestia nos enseña a ser ponderados en nuestras acciones exteriores (forma de vestir, de hablar, de conducirnos), así como en las interiores (presunciones, excesiva estima, dureza de juicio). Por ello, esta virtud puede ayudarnos a saber dónde buscar las auténticas riquezas del espíritu.

La modestia es el cofre del alma y el guardián celoso de la virtud. “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).


¡Vence el mal con el bien!